1.- Historia e identidad de un barrio talquino.
Les confieso que me fue fácil y rápido leer el libro del autor; y esto no quiere decir que el trabajo sea superficial o escrito tan sólo al correr de la pluma; ni mucho menos. Quiero decir que su lectura me fue amena. Tal vez acostumbrado a leer “mamotretos” de historia, con sesudas reflexiones y no menos amplias citas bibliográficas, este libro de Oscar Julio Morales me resultó una buena síntesis, didáctica, escrito desde una perspectiva no sólo histórica sino también desde la ciencia cartográfica que nos permite ir conociendo la evolución demográfica de Talca y, especialmente, del barrio poniente. Este “detalle”, el análisis de fuentes cartográficas, considero que es un interesante aporte para poder adentrarse, desde una perspectiva diferente a la historia de la formación del barrio poniente, pues como han afirmado los profesores Jorge Núñez y Alejandro Morales en su libro “Cartografía histórica de la Región del Maule” (Fondart Regional, Talca, 2008), gran parte de las obras especializadas que tratan “sobre el origen y evolución de centros urbanos (que) enfatizan lo jurídico, histórico o arquitectónico (han olvidado) las referencias a bases territoriales y geográficas como el área de emplazamiento y la disponibilidad relativa de recursos naturales y su aprovechamiento, la cual queda de manifiesto al ignorarse las fuentes cartográficas”. Y concluyen estos estudiosos: “Prácticamente ninguna incluye mapas o planos de ciudades, y si lo hacen es solo con fines ilustrativos” (pág. 10).
Talca desde su fundación comenzó a experimentar una rápida evolución en lo que a incremento de población se refiere; en cuanto al desarrollo económico un factor impulsor de este desarrollo en ciernes será la explotación minera del oro de la mina del Chivato que atrajo a familias tanto de Santiago como de Concepción quienes se avecindaron en Talca en busca de un futuro más promisorio.
Interesante es la estadística demográfica de los primeros años que demuestra un crecimiento sostenido de la población, aunque lento, durante todo el siglo XIX; se suma a esto la voluntad de orden cívico que se proyecta en el re-ordenamiento de las calles orientándolas según los puntos cardinales, iniciativa de aquel entonces promovida por el arquitecto Daniel Barros Grez, literato y regidor de Talca por aquella época.
Este incremento demográfico de Talca puede evidenciarse a través de los diferentes planos de la ciudad, partiendo de 1844 hasta 1858 y, finalmente, 1872.
En el Capítulo segundo de esta obra el autor describe con mayor fundamento la expansión urbana y económica de la ciudad de Talca y del barrio poniente así como el incremento de su población. Precisamente el autor ve que en el transcurso de cien años transcurridos desde 1750 a 1850 la ciudad experimenta un proceso de crecimiento regular y sostenido, acelerándose este proceso durante la segunda mitad del siglo XIX ; a este crecimiento sostenido de la población se agregará otro factor cual es el crecimiento y diversificación de su industria lo que hace posible una extensión física de su planta urbana. Tanto es así que ya Talca en 1865 ocupa el tercer lugar entre las ciudades chilenas con mayor población, crecimiento demográfico, eso sí, que en el transcurso de treinta y cinco años decrece hasta convertirse en la sexta ciudad del país con 38.040 habitantes. Pero junto a este retroceso demográfico la ciudad experimenta un aumento en la migración campo-ciudad ya que una buena parte de familias campesinas se trasladan a vivir a la ciudad asentándose muchas de ellas en el entorno poniente de ella e integrándose a la vida social y económica del barrio. Esta migración campo ciudad hace aparecer nuevos oficios y se van incorporando tradicionales culturales y religiosas que eran más propias del campo, tales como mujeres santiguadoras y sacadoras de males, quebradoras de empacho, sacadoras de males de ojos, componedoras de huesos, etc.
Nuevamente las cartografías de 1904 y 1929 dejan ver una clara expansión de la ciudad hacia sus límites norte y poniente.
2.- Los hitos de la industrialización en el barrio poniente de Talca.
El capítulo Tercero de la obra de Oscar Julio Morales aborda el aporte más específico y característico del barrio poniente a la ciudad de Talca, especialmente desde el desarrollo de la industria molinera y de la generación y distribución eléctrica.
En efecto, a partir de la segunda mitad del siglo XIX deviene en Talca un auge de la actividad agrícola, especialmente de la producción de trigo que se verá reflejada en la instalación y desarrollo de los primeros molinos de la ciudad. Talca llegará a contar con diez molinos aproximadamente y los primeros y más grandes de estos serán emplazados en el sector del barrio poniente de la ciudad; la instalación de estos molinos no sólo convirtió al barrio poniente en un claro polo de desarrollo industrial sino que también hizo más dinámico el poblamiento y la actividad económica del barrio aportando decididamente al crecimiento económico de Talca. Este desarrollo económico también fue posibilitado por el establecimiento de las primeras centrales hidroeléctricas de Talca; la primera de ellas, instalada en el barrio poniente en 1907 es la “Central Piduco” que producía 200 kw aproximadamente y se alimentaba con las aguas del Estero Piduco y del canal Baeza; esta planta desarrollaba dos ciclos de productivos, a saber, primero fue una planta de generación de electricidad o hidroeléctrica y luego, ya ampliando y modificando sus instalaciones, también se convirtió en termoeléctrica.
Hacia el año 1915 comienza a funcionar una segunda planta de generación hidroeléctrica, la Central Lircay que se abastecía de agua del Canal Lircay o más conocido como “Canal de la Luz”. Esta central producía alrededor de 1.300 kw..
3.- El patrimonio histórico religioso del barrio poniente.
Un primer patrimonio histórico religioso de Talca es la instalación del Convento de los Padres Agustinos, Orden religiosa que llega mucho antes de la fundación de Talca por estos parajes maulinos. El proceso de instalación, edificación y funcionamiento de la Orden agustina está indisolublemente ligado a la fundación de la ciudad pues en 1618 Guillén Asme de Casanova hace donación a los agustinos de un terreno, la hacienda llamada Pichinguileo; también otro hacendado de la época, don Gil de Vilches deja una cláusula en su testamento en donde ordena que, fallecida su esposa, sus bienes pasen a ,manos de la comunidad agustina con la condición de que esos terrenos fueran cedidos para fundar una ciudad.
El 13 de Julio de 1651 se manda a fundar un convento agustino en la estancia de Talca o Talcamo y en Septiembre de 1740 los Agustinos ceden la tierra para la fundación de la ciudad.
En general se considera que la Orden Agustina fue de una importancia consustancial al acto fundacional y al desarrollo del espacio territorial del primer poblamiento de la ciudad y del barrio poniente y también como factor relevante de crecimiento de las primeras actividades de vida cristiana y política de sus vecinos.
Un segundo hito histórico que marca la identidad del barrio poniente de Talca es la fundación y funcionamiento del Seminario Conciliar San Pelayo. Su emplazamiento original fue en la actual calle 5 Poniente donde existe hoy el CFT san Agustín y el colegio Integrado de Talca.
La fundación de un seminario en Talca no tuvo sólo la finalidad de subvenir la escases de vocaciones al sacerdocio en el Arzobispado de Santiago en aquella época; si analizamos con más profundidad el Edicto de Julio de 1861 del arzobispo Rafael Valentín Valdivieso descubriremos que, en su visión, la ciudad de Talca estaba llamada a ser la primera ciudad en que residiera un obispo; es decir, la perspectiva del prelado apuntaba a que Talca, por su desarrollo y progreso económico, social y cultural, debía ser elevada al rango de Diócesis y, para él, no cabía ninguna duda de que en Talca se justificada la erección canónica de ella.
Para decirlo en otras palabras, la “jugada” del Arzobispo, ya en la segunda mitad del siglo XIX, tiene también, ulteriormente, un alcance político pues se adelanta a los acontecimientos ocurridos entre la Iglesia y el Estado en el año 1925 cuando se crean en Chile nuevos obispados.
No vamos a repetir las diligencias previas que se realizaron en Talca para levantar el seminario, pues de ellas ustedes se enterarán cuando lean el libro; sin embargo, quisiera compartir con ustedes el relato del profesor del Liceo de Talca don Manuel Egidio Ballesteros a propósito de la puesta de la “primera piedra” del edificio: “El diez de mayo de mil ochocientos sesenta y ocho, el pueblo de Talca presenciaba una augusta ceremonia. En el lugar que ocupa en antiguo cementerio, al Poniente de la ciudad de Talca, en un sitio ameno y pintoresco, algo elevado sobre el nivel de la población, desde cuya altura se divisa el majestuoso río Claro y el magnífico panorama que forman los valles que riega con sus aguas, se agrupa en el día mencionado una numerosa concurrencia; la tierra estaba horadada por todas partes; puentes levadizos permitían el paso de aquellos surcos profundos que no iban a recibir como en otros tiempos los despojos de los muertos, sino nuevos elementos de vida y prosperidad… Los hombres amantes de la Ilustración, se habían dado cita en aquel lugar, para colocar la primera piedra de un edificio proyectado siete años antes y que era una imperiosa necesidad para los pueblos religiosos y sedientos de ilustración que ocupan esta parte central del país. Se inauguraban solemnemente, los trabajos de una obra colosal que será un monumento digno del pueblo en que ha sido colocada”[1].
4.- Patrimonio, memoria e identidad de una comunidad.
Me parece pertinente la reflexión del autor cuando, en el último capítulo de su libro aborda, a modo de síntesis, las llamadas “denominaciones territoriales” que el barrio poniente ha tenido y que pueden ser un primer “factor de identidad comunitaria”; como el mismo autor reconoce, sin embargo, estas “denominaciones territoriales” no son suficientes a la hora de querer o de poder explicar cuál pueda ser la identidad más profunda de este barrio toda vez que las dos primeras denominaciones (El Bajo y El Guapi) se fundamentan desde razones topográficas y la última, Barrio Seminario, pretenda recoger aspectos asociados a un factor mayor de composición socio-cultural en donde se dan estrechas relaciones entre la comunidad y la institución del Seminario san Pelayo que marcó la vida de las generaciones pasadas generando un fuerte vínculo social a partir de la vida religiosa y eclesial que se generaba en esa casa de formación. En este sentido creo más pertinente hablar de “patrimonio como memoria de nuestro pueblo, y, en este caso que hoy nos ocupa, del “barrio Seminario” de Talca. Nuestra última consideración, será entonces, una reflexión sobre la importancia y significado de la “memoria” tanto en su aspecto individual como en su aspecto comunitario.
Cuando hablamos de memoria no nos referimos solamente a esa facultad anímica que nos hace recordar nuestro pasado; tampoco la consideramos como una mera herramienta biológica. La memoria es una facultad mucho más amplia, más diversa y mucho más englobante y totalizante. El poder recordar, memorizar, implica un acto de reflexión y es, por su misma esencia, una instancia reflexiva. Porque tenemos inteligencia es que recordamos, y el poder echar mano de todo aquello que hemos aprendido y que está depositado en la memoria nos hace revivirlo en el presente. Utilizamos la memoria para poder buscar y otorgarnos una explicación en el presente. Cuando recordamos un suceso pretérito o un acontecimiento remoto utilizamos la memoria para ir a ese pasado, formarnos una idea de aquellos acontecimientos para después reconfigurarlos y autocomprendernos en nuestro propio presente actual. Pero no sólo existe la memoria individual, también existe una memoria colectiva que es parte de nuestra estructura social. La memoria colectiva dice relación, entonces, con ese recuerdo compartido, con esa rememoración permanente que hace una comunidad al narrar su historia y que se plasma de diversas maneras, sean estos monumentos, ceremonias, celebraciones, archivos, etc.; este rememorar nos ayuda a ir definiendo lo que somos y, por consiguiente, a ir construyendo nuestra identidad. La memoria colectiva de una comunidad posibilita el encuentro de diversas memorias individuales, las que van repitiéndose y re-contándose a través del tiempo y que van influyendo inevitablemente en los relatos más actuales y presentes. La preservación y narración de estas memorias individuales en una suma de memoria colectiva nos ayuda ciertamente a ir reconfigurando nuestra propia historia del presente como comunidad, ya sea conservando, actualizando o reinventando el propio pasado de esa misma comunidad. Pero para que una comunidad, sea esta la comunidad eclesial de una parroquia o una ciudad entera, o un barrio (como es el caso que hoy nos ocupa), pueda conservar verdaderamente su memoria es necesario que esta misma sea transmitida o traspasada de una generación a otra. Nuestros templos y santuarios, nuestras instituciones, nuestros edificios, en este sentido, son verdaderas memorias sociales pues nos han traspasado y transmitido una forma de entender la fe y la vida comunitaria; es un proceso de traspaso comunitario en donde se transmite la cultura de una generación a otra, se traspasa incluso esa memoria emocional que está presente individualmente en cada persona. Así como funcionan los procesos de memoria individual o familiar, ya sea cuando ese grupo humano se reúne, por ejemplo, a revisar el álbum de fotos de la familia y comienza a rememorar y conmemorar las fechas familiares más significativas y descubre en ellas algo relevante para la identidad de ese grupo familiar, así también funciona la memoria colectiva. La comunidad también rememora y conmemora circunstancias y tiempos históricos determinados, ya sea jerarquizando los más importantes, o seleccionando aquellos acontecimientos que sí vale la pena mantenerlos y rescatarlos, de aquellos otros que más bien deben ser olvidados. La memoria colectiva tiene el propósito de salvaguardar aquello que es más primordial, la unidad por sobre todas las cosas. Es este sentido de unidad, de ser una sola comunidad o familia lo que nos lleva a escuchar, repetir, transmitir y preservar nuestra historia común. Nuestros templos, nuestros barrios, nuestro hogar, se convierten entonces en memoria viviente de esos relatos que son y han sido históricamente significativos para la comunidad y emocionalmente relevantes para cada persona integrante de esa misma comunidad. Identidad y memoria es lo que aglutina la presencia de aquellos edificios y construcciones, templos, capillas, etc., en el desarrollo de los distintos momentos en la historia de la evangelización de nuestra región. A través de la identidad y la memoria nos vamos conectando generacionalmente y nos vamos sintiendo pertenecientes a un colectivo, a una familia; gracias a estos factores nos reconocemos en un grupo determinado (barrio Seminario, por cierto) y podemos ampliar nuestro sentido de participación y colaboración; al revés, cuando se destruye la memoria o aquel soporte que emplaza y permite la interconexión entre las distintas generaciones entonces ocurre el olvido, y por tanto, comienza a morir el sentido de la identidad propia, y se busca la autoexplicación de la propia comunidad en otros contextos y deviene el desarraigo de sí misma.
Gracias a aquellos y aquellas que han preservado la memoria del Barrio Seminario, del Barrio Poniente, en sus instituciones y en sus colectividades y familias; ustedes son memoria viva; y gracias al autor, Oscar Morales por querer preservar en un texto, la vida y la identidad de una comunidad.
[1] Citado por Ernesto Rivera Reyes en “Seminario San Pelayo de Talca” (Revista Maule UC, Agosto 1977, n° 4), p. 10.
Pbro. Nelson Chávez Díaz
Vicario del Clero
Diócesis de Talca